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  • Pórtico

    Pórtico

    Tenía planificado escribir sobre Dune. Pero lo dejaré para otro momento, ¡¡¡jajaja!!! 😀

    A la pregunta de cual obra literaria sería amena para introducirse en la ciencia ficción, la respuesta era un poco complicada. Si empiezas ya desde adulto no quieres introducirte leyendo ciencia ficción como un niño o un adolescente. Y tampoco meterte un tocho de libraco incomprensible de lo más «hard» cuando no tienes costumbre. Lo mejor es empezar con una historia en la que los personajes tengan algún conflicto vital importante con el que empatizar. También es necesario que tenga unas cuantas dosis de humor, misterio, aventura y sentido de la maravilla. Esto del sentido de la maravilla lo apuntaré para desarrollar en otro momento.

    Y esa obra literaria es Pórtico.

    Lo interesante de esta novela es la narración en primera persona. Una estructura de capítulos que narra las sesiones de terapia psicológica del protagonista, conducidos por una máquina psicoanalista, que están alternadas con capítulos de las memorias de la vida del protagonista. Esta estructura va hilvanando el conflicto vital del protagonista. La sesiones de terapia y la narración de las memorias, le dan un ritmo de lectura al libro para que pueda ser engullido en una primera lectura.

    «Robinette Broadhead siempre quiso ser prospector desde que tuvo uso de razón Y… ¿Prospector de qué? Pues más bien una suerte de buscador y explorador interestelar más que de un astronauta o cosmonauta al uso de nuestros días. La humanidad en su carrera de exploración del sistema solar descubre que ya no está sola en la inmensidad del universo. Y sin embargo, tiene la certeza de que existen estos otros seres inteligentes. No hay presencia ni viva ni muerta. Los descubrimientos de construcciones y artefactos de otra civilización en planetas y asteroides de nuestro vecindario en el Sistema Solar, produce una nueva figura: la del prospector. Los prospectores se desplazan a los yacimientos arqueo-alienígenas con el objetivo de descubrir cualquier cosa que sea de utilidad para la humanidad.

    La instalación más importante descubierta hasta la fecha es una estación de transporte que contiene en perfecto estado de conservación una considerable cantidad de naves. Y esta estación de transporte es PÓRTICO.

    En una Tierra superpoblada al borde del colapso maltusiano en el que la gran esperanza alimentaria son unos hongos que crecen en los hidrocarburos, «cualquier minero de alimentos sueña con ser prospector de las maravillas Heechees».

    Un poquito del autor

    Frederik Pohl, el autor de Pórtico, ganó los premios Hugo, Nebula y John W. Campbell Memorial con esta novela tras una dilatada carrera relacionada con la ciencia ficción. En sus años de juventud fue intenso lector y editor de fanzines y revistas pulp desarrollando su adhesión a grupos del movimiento fandom de principios del siglo veinte. Mucho más tarde llegó a ser agente literario de otros escritores del género compaginándolo con su producción como editor y escritura profesional de ciencia ficción. Se le considera un autor muy prolífico pero a veces indetectable ya que la gran mayoría de las veces firmaba con pseudónimo de forma individual o de forma colectiva. Escribió Pórtico ya terminando la cincuentena. Y no contento con eso decidió seguir con la historia de los Heechees con hasta tres libros más. La Saga de los Heechees, que es como se le empezó a llamar a esta serie de novelas, siempre aparece en las listas de libros de ciencia ficción de recomendados. El resto de novelas de la saga no está al nivel de Pórtico, pero es interesante leerlas para saber qué ha sido de los protagonistas iniciales de la saga y por dónde siguen sus aventuras. Incluso de los misteriosos Heechees.

    Qué Libro/s

    Recuerdo que mi primer contacto con esta obra no fue buscada. Ya estaba entrando en la veintena y no era tan usuario de préstamos de biblioteca. Ya tenía un empleo y podía permitirme por dinero y espacio, adquirir libros. Mi hermana era socia de Círculo de Lectores por esa época. No se prodigaban mucho, o casi nada, en editar el género de la ciencia ficción. Pero en una ocasión mi hermana me avisa de que podría interesarme una colección de libros que recientemente habían empezado a editar. Eran «grandes obras» de la ciencia ficción. Entre ellas estaba Pórtico. Me llamó la atención el título tan directo y sugerente. Lo compré.

    No era una edición bonita. Era una edición dedicada a la buena lectura. Buen papel, buena tipografía, buenas tapas. Pero aburrido. Nada que ver con el contenido.

    Me gustó tanto el contenido del libro, que estuve esperando a que Círculo de Lectores editara el resto de la Saga de los Heechees. No sucedió. Terminaron la colección con algunos autores más y ya…

    Pasados unos cuantos años logré hacerme con toda la saga completa. Incluido el primer libro, aunque ya lo tenía. Era, cómo no, de la editorial Ultramar. La anécdota sobre la compra podría encuadrarse en un escenario de azar, pero yo siempre he creído que fue el destino.

    Un verano, estando de paso por Santillana del Mar, en Cantabria, llegamos a unos puestos de venta ambulante. Algunos vendían libros usados. Casualidades de la vida tenían un apartado de cómic y libros de fantasía y ciencia ficción. La vista se me fue al grupo de libros que yo reconocía siempre cuando me acercaba a revisar libros usados en venta. Los libros de la editorial Ultramar son muy especiales. Las cubiertas son de un papel muy texturizado y con tintas especiales de aspecto metálico. El tamaño de edición de bolsillo y el acabado de lasa cubiertas siempre los hace atrayentes para las personas de cierta edad que los conocemos.

    Allí estaban esperándome la colección completa.

    Magnífica portada de la editorial Ultramar

    Sigamos con Pórtico

    Sin desvelar sorpresas argumentales, es muy curioso ver cómo se van intercalando en los capítulos alternos de sesiones de terapia y de las memorias del protagonista, a modo de extractos, las notas e informes de la corporación que gestiona el legado Heechee. También aparecen anuncios por palabras, entrevistas y testimonios de prospectores. De la misma forma que aparecen extractos de los scripts y registros de programación de las sesiones de psicoanálisis de la máquina psiquiátrica. Estas últimas resultan muy irónicas. Pero nos dan una dimensión muy rica del universo literario en el que se desarrolla la historia que se cuenta.

    ¿Qué razón de ser tienen los prospectores? Los documentos y la tecnología Heechee es indescifrable incluso para las mentes más sapientes del planeta Tierra. Sólo mediante la experimentación con un alto coste de peligrosidad e incluso la muerte, se puede deducir cierta utilidad de este legado xeno-arqueológico.

    El prospector con un coraje temerario, a veces incluso ciego, se aventura en misiones de experimentación con la esperanza de conseguir la gloria y la riqueza. Pero el destino puede ser la desgracia y la pobreza o, en el peor de los casos la desaparición y la muerte. Cualquier hallazgo es susceptible de ser valorado y recompensado, desde un nuevo uso de un artefacto ya descubierto o el viaje a ciegas embarcándote dentro de un artefacto de tránsito Heechee del que posiblemente nadie vuelva a verte más. Siempre con el poso constante de la colaboración competitiva. Todos quieren conseguir la gloria y la riqueza, mientras constatan que posiblemente su aventura de riesgo llegará a un fin abrupto e inesperado. Siempre inquietos, persiguiendo el sueño vendido de logro personal y riqueza, pero asumiendo que en un tiempo muy cercano podrían acabar en la ruina.

    Frederik Pohl, a través de esta novela, describe una sociedad muy injusta, sin igualdad de oportunidades. Una sociedad que percibe la buena suerte del héroe prospector como algo aspiracional, e incluso como un mérito. El estatus de esclavitud laboral y unas condiciones de salubridad precaria son el modo de vida más extendido. Sólo unos pocos viven de un modo que les permita la longevidad y el acomodamiento. La suerte de nacer con unos progenitores con óptimas perspectivas económicas o ser agraciado con la buena suerte de ganar una especie de lotería gubernamental del que todos son jugadores. Pero no es suficiente. Todo individuo persigue la tranquilidad de más riqueza para conseguir más longevidad.

    Y, amigos, ese es el conflicto vital constante de Robinette Broadhead: el miedo instintivo al riesgo y la muerte que sopesa frente al objetivo final de conseguir riqueza para tener más longevidad. Pero hay otro miedo que se expresa constantemente a lo largo de la novela: el temor de la civilización humana a lo desconocido y a la incertidumbre.

  • Leo Ciencia-Ficción. Sí, ¿Por qué no?

    Leo Ciencia-Ficción. Sí, ¿Por qué no?

    Y todo empezó porque…

    No sé por dónde me vino la cosa. Debió de ser que me quedé fascinado después de ver en el cine con mi padre “El Imperio Contra-ataca” de Star Wars (que antes llamábamos “Guerra de las Galaxias”). O de seguir “Érase una vez… El Espacio” en casa de mis abuelos semana a semana. El impacto visual y narrativo de viajeros estelares y otros sistemas planetarios habitables creaban en mí el deseo de que me contaran más historias similares a esas.

    ¿Cómo no ibas a ver la película “El Imperio Contraataca” con semejante cartel a la entrada del cine?

    Ya por esa época, cada vez que mi padre me decía que si me compraba un libro, le decía que fuera de historias de «navecitas espaciales» y aventuras. Aunque de niño leía todo lo que se me pusiera por delante y con la costumbre de leer todas las noches antes de dormir, eran las historias de ciencia ficción las que más me gustaban.

    Cuando descubrí ese gran lugar que eran las bibliotecas públicas, mi deseo de leer este tipo de historias iba a ser recompensado con creces. Cada dos semanas caían en mis manos un par libros. Algunos eran comics, novelas ilustradas, o libros con algún dibujo. Gracias a algunos bibliotecarios, conseguí que me los prestaran fuera del sistema de préstamos. Me llevaba el libro a leer a casa antes de que el bibliotecario registrara el libro en el sistema de archivos. Muchas veces después de las actividades extra-escolares, me “escapaba” a la biblioteca para leer ávidamente. En esa época releía una y otra vez Blake y Mortimer y Valerian Agente Espacio-Temporal. La biblioteca se convirtió en mi refugio para seguir las historias más increíbles, jamás imaginadas por un niño.

    Portada del libro «La Marca Amarilla» de la serie Blake y Mortimer sobre una medianería de un edificio en Bruselas.

    Un día de verano estando con mi madre en unos grandes almacenes, me quedé como otras tantas veces en la zona de librería, mientras ella estaba en otra parte comprando sus cosas. Concretamente me recorría las estanterías de libros de ciencia ficción para repasar los lineales de libros en busca de esa historia fascinante con la intención de que el libro fuera mío, siempre disponible para leer. Contrariamente a lo que me pasaba con los libros de la biblioteca. Después de un rato mirando y mirando encontré un libro, que después releí muchas veces: El día del viento estelar de Douglas Hill. “¡Con esto me lo voy a pasar pipa! Me dije una vez leída la sinopsis. «Además son más de 100 páginas… ¡Tengo para leer un rato largo largo!”. Lo pasé muy bien leyéndolo pero me quedé frustrado otro rato. Este era el tercer libro de una saga de las aventuras de Keill Randor. Y fue una frustración muy grande no poder leer los otros libros. NO LOS ENCONTRABA EN LA BIBLIOTECA Y TAMPOCO LOS PODÍA COMPRAR, ¡¡¡AAAAARRRRGGG!!!

    Pasado el otoño, el invierno y parte de la primavera, llegó la Feria del Libro de Madrid en el parque de El Retiro. Después de dar mucha lata conseguí convencer a mi padre para que me llevara y de paso ir al stand de la editorial Altea y “preguntar” si tenían el resto de los libros de la saga. ¡ALLÍ ESTABAN! Los dos anteriores libros y el cuarto también. Recién salido de la imprenta. Me debió de ver tan emocionado, que me compró los libros. Mi padre Flipaba.

    La saga completa de «Keill Randor».

    Durante mi niñez releía la saga de Keill Randor en sucesivas temporadas. Era aventura en estado puro, pero sobre todo era ciencia ficción. Los ingredientes narrativos de acción y suspense, estaban aderezados con naves interestelares, artilugios casi mágicos y sobre todo seres alienígenas. El lenguaje y la narración eran más o menos sencillos. Estaba escrito para niños y adolescentes más que para adultos. Nada que ver con lo que vendría después. La entrada en la ciencia ficción más seria. Pero esta se tomaría su tiempo.

    El Tiempo que me llevó…

    Dentro de la pandilla de mi barrio yo era un poco bicho raro. Entre otras cosas porque en cuanto tenía ocasión me despachaba a gusto con alguna que otra “disertación” sobre lo que leía. Aunque no me perdía ningún partido de fútbol, baloncesto o baseball-cutre, en los momentos que estábamos aburridos sin hacer nada más que pasar el tiempo, hablábamos para pasar el rato.

    Valérian y Laureline en plena acción como agentes espacio-temporales.

    Hablábamos como todos los chavales de temas o cosas muy variopintas. Nos contábamos habladurías del barrio o del cole y noticias. Cuando hablábamos de pelis o series, nos llenábamos la boca de «abrumar» con nuestro conocimiento sobre el tema. Pero claro, aunque todos habíamos visto Star Wars o Star Trek la cosa no iba más allá de “…cómo mola esto!” o lo otro. Cualquier argumento o comentario que tuviera relación con los temas de libros que había leído eran tomadas con mucho escepticismo. Los demás me miraban raro. Y no sólo eso, sino que les chocaba mucho que hablara de cosas tan raras. Con este sambenito colgado, pasaban los meses y después los años. Y que queréis que os diga. Ya tomé la decisión de que estas cosas no las podía airear mucho a lo largo de mi vida.

    Mi decepción con el libro del regalo llegó a las dos páginas leídas.
    No me enteraba de nada.
    Lo tuve que dejar.

    Como en todas las pandillas, los cumpleaños eran días señalados en el calendario. Hacíamos una colecta para comprar el regalo de cumple para el cumpleañero. Hubo un año que por mi cumpleaños me regalaron un libro. Era un libro del «copón». Me regalaron un libro de Arthur C. Clarke: “Regreso a Titán”. Me contaron que no sabían qué regalarme. Uno de ellos recordó que me gustaba la ciencia ficción. Y en la papelería-librería le recomendaron, muy mal recomendado, este libro. ¿Y por qué digo “mal recomendado”? Era mi décimo cumpleaños e íbamos para hombrecitos. Pero este chaval por recomendación del librero compró para regalarme un libro de ciencia ficción HARD y para adultos. ¡JA!, pero eso yo no lo sabía y ellos tampoco. El libro me moló mogollón como tal. O sea como objeto-libro. Yo encantado. Era de una colección de bolsillo con una cubierta acojonante que ya había visto en algunas librerías. Tenía textura metalizada y rugosa. Fue uno de los tantos libros que la editorial Ultramar editó. Tenían unas ilustraciones buenísimas.

    Mi decepción con el libro del regalo llegó a las dos páginas leídas. No me enteraba de nada. Lo tuve que dejar. ¿Qué me pasaba? No me gustaba la ciencia ficción o sólo me gustaban las aventuras un poco imaginarias. Era demasiado joven para leer ciencia ficción HARD. Porque, amigo lector, ya con diez años me di cuenta de que había un mundo muy grande de escritores que escribían libros de “aventuras espaciales” para adultos. Y eso era para lo que yo iba. Para adulto. Así que coloqué el libro en la estantería bien visible. Para que no se me “escapara”, ya que le hincaría el diente un par de años más adelante. Seguí con lo que estaba haciendo hasta ese momento. Leyendo libros y cómics más adecuados para mi edad, pasándomelo bien leyendo historias entretenidas. ¡TAN FELIZ!

    ¡Upss! Esto ya va en serio…

    Después de leer libros de Los Cinco, Los Tres Investigadores, libros de Barco de Vapor, Noguer, mucho cómic y por supuesto de releerme las aventuras de Keill Randor, llegó el momento de la verdad. Con mi pre-adolescencia casi acabando, decidí un verano leer ese libro que me regalaron mis amigos y que tuve que dejar apartado en la estantería.

    “Regreso a Titán” resultó ser una novela muy buena. De tal forma que fue el primer libro de ciencia ficción HARD que leí en mi vida. La historia que cuenta es muy entretenida y me absorbió tanto su lectura que muchas veces todavía hoy hago referencia a ese libro para argumentar ciertas ideas que se me pasan por la cabeza. Aunque algunos temas no los entendí bien del todo cuando lo leí, me decía que daba igual. Ya lo haría en años venideros leyéndomelo otra vez cuando tuviera más conocimientos.

    viajeros estelares y otros sistemas planetarios habitables creaban en mí el deseo de que me contaran más historias similares

    Con cada año académico del instituto, “Regreso a Titán” resultaba ser diferente, pues yo también era diferente cada año. Entendía el texto del libro de forma diferente. De aquí me surgió la idea de que un mismo libro se transforma un poco, con cada nueva lectura. No sólo es volver a recrear las sensaciones originales, también se ahonda en la información que contiene el libro. De tal forma que, por seguir la trama, quedaban apartadas en la primera lectura.

    Con mi primer libro de ciencia ficción HARD superado. Empezó mi labor de investigación a la caza todo libro de ciencia ficción y leerlo en cuanto se me pusiera a tiro. En la biblioteca circulaban listas o recomendaciones de los usuarios. El problema era que había lista de espera para el préstamo y en muchos casos los libros terminaban destrozados. Los bibliotecarios anotaban en estas listas que estaban retirados para restauración o a la espera de nuevos ejemplares para satisfacer la demanda.

    No me digáis que esta portada no era impresionante para un niño de 10 años.

    Antes de la era internet y la computación accesible y cotidiana, la única forma de buscar libros en una biblioteca era usando el sistema de fichas. Las fichas, además de las referencias alfanuméricas útiles de clasificación de la biblioteca para encontrarlo o pedirlo, también contenía una sinopsis muy cutre que pocas veces ayudaba a tomar la decisión para pedir prestado el libro. Resolví que el mejor método para pedir los libros era hacerlo de forma sistemática. Fui recorriendo el archivador de fichas de ciencia ficción y me llevaba prestados los libros aunque no supiera de qué iban. Con las visitas a la biblioteca y alguna que otra compra o regalo, se iban sucediendo las lecturas desde mi niñez pre-adolescente hasta la edad adulta.

    Antes de la era internet y la computación accesible y cotidiana, la única forma de buscar libros en una biblioteca era usando el sistema de fichas

    Estas lecturas me llevaron a lo largo de los años por los “clásicos” de ciencia ficción HARD como Isaac Asimov o Arthur C. Clarke, pero también empezaron a cautivarme otros autores como Philip K. Dick o Ursula K. LeGuin. Estos estaban encuadrados en la ciencia ficción llamada SOFT. Trataban sobre temas interesantes desde el punto de vista sociológico, político y metafísico. En cualquier caso aunque visto ahora con perspectiva me daba igual que los paradigmas que manejaban las tramas fueran una extrapolación evolutiva de la sociedad contemporánea al momento de la escritura o narraciones sobre realidades en las que nada es lo que parece. Utopías, distopías, incluso ucronías y hasta en algunos casos elementos narrativos propios de la fantasía podían ser los ingredientes de una buena novela con la que pasar buenos ratos.

    Realmente llegó un momento que la separación entre HARD y SOFT dejó de tener sentido para mí. Considero que me gusta la ciencia ficción porque me permite «conocer» un simulacro de paradigmas de la realidad diferentes al que vivimos. No como mera evasión, sino como un “posible” con todos sus condicionantes. Porque no deja de ser eso. Una extrapolación a futuro o pasado de la realidad teniendo en cuenta hechos paradigmáticos. Esos “algo” pueden ser un cambio originado en la naturaleza, un hecho histórico o también un factor tecnológico que evolucione, revolucione o involucione la humanidad a un estado diferente a la realidad cotidiana contemporánea a la escritura o lectura. Sobre todo es muy ilustrativo leer libros que ya tienen unas cuantas décadas y entender que algunos conceptos quedaron obsoletos, por nuestra propia evolución tecnológica, social o política.