Autor: Victor

  • La relación silenciosa (I)

    La relación silenciosa (I)

    Parece algo casual, pero…

    Estaba oyendo la canción de Arcade Fire, «Age of Anxiety I» del álbum WE, y he empezado a recordar algo de lo que esta sociedad actual nos aliena. Y es que tenemos una relación «personal» silenciosa con muchas personas.

    Estas personas pueden incluso no pertenecer a tu entorno social más cercano. Puedes no pretender tener una conversación directa y desde luego puede no ser amistosamente real según los cánones de lo que se considera una relación personal. Se nos ha vendido que el logro de las redes de comunicación permiten tener una relación directa con otras personas en tiempos pretéritos inaccesibles. No existía de la manera sustanciada en nuestros días. Hoy día «podrías hablar» con celebridades, artistas, políticos, empresarios o incluso personas de altas responsabilidades sociales no tan presentes en los medios de comunicación, como son los científicos, por ejemplo. Antes no había posibilidad de conocer siquiera información curricular y mucho menos «comunicarte» con personas de otras esferas sociales.

    Reconozco en retrospectiva que a lo largo de todo el desarrollo de estos últimos 30 años de la era de la información, Internet nos ha posibilitado inventos de relación personal muy atractivos, eficientes y satisfactorios. Nos ha ido modificando poco a poco la manera en la que interactuamos dentro de los grupos que tradicionalmente se han ido estableciendo en la civilización humana: las relaciones familiares y de amistad. También han ido estableciendo cambios en la manera de interactuar en organizaciones grupales de poder como son las jerarquías de control, empresarial, administración y política. Podría hacer una enumeración de muchas más. Las más cercanamente tribales, los grupos familiares y de amistad, son los de mi interés.

    No voy a entrar a darle nombre fenomenológico a algo que nos está afectando ya de una manera patológica. Para eso están los eruditos. Yo no lo soy. NO LO PRETENDO. La situación me fuerza a tener que expresarme como he comentado en varios artículos anteriores.

    En nuestra vida diaria actual, ocupamos la atención mental al «nuevo» contenido de lo que hemos llamado las aplicaciones de redes sociales.

    Antes…

    Este maravilloso invento de la comunicación que es Internet nos ha ofrecido una cantidad inmensa de posibilidades de desarrollo personal y colectivo. Algo ahora tan asumido en el uso cotidiano, tan sencillo hoy, ha sido uno de los grandes logros de la civilización humana. Como todos los logros humanos, el uso inicialmente canónico del invento dio lugar a otros usos en un principio tangenciales y poco importantes a los que no se les dio la relevancia adecuada. Posteriormente, cuando el uso cotidiano del invento empezó a desviarse de su propósito original, nos afligió la culpa colectiva de cómo fue posible que sucediera ese cambio en el uso diario y constante de una tecnología tan poderosa.

    Cuando nacieron las aplicaciones de comunicación que conocemos como «redes sociales» ya existían previamente plataformas de comunicación en red prototípicas de lo que usamos hoy día. Al principio de las comunicaciones telemáticas se usaban una especie de repositorio de comunicación conocido como BBS (bulletin board systems), el correo electrónico, E-MAIL, y otro invento parecido llamado NEWSGROUPS de USENET. Estos son las formas primitivas de las redes sociales. Los más veteranos, como yo, sí hemos usado cuando éramos adolescentes estos grupos de news y por supuesto el email. No así los BBS, que eran algo anterior por ser muy cerradas, ya que las redes telemáticas no eran Internet y la interoperabilidad o no existía o no era posible. Pero los grupos de news de USENET sí los hemos usado los que pudimos, a principios y mediados de los 1990’s, toquetear Internet con esos módem telefónicos que actualmente nos parecen de juguete, en los que la velocidad se medía en baudios. Los usos de los grupos de news eran muy variados, pero eran un reflejo de las comunicaciones que se tenían en la vida real. En muchos casos estas personas tenían reuniones presenciales con participantes de los grupos de noticias en las que se comentaban los temas acontecidos en la plataforma. Incluso se acordaban formas de colaboración y comunicación como tradicionalmente se han pactado a lo largo de la civilización humana. Nada especialmente nuevo en la interacción social, si lo entendemos como una prolongación natural de los mismos hábitos comunicativos y sociales que la humanidad ha desarrollado durante siglos, aunque ahora mediados por la tecnología. Si acaso lo que permitía era tener la salvaguarda de la «memoria» porque todas las conversaciones y textos quedaban almacenados en el repositorio, anticipando así prácticas actuales como los historiales de chat, los archivos digitales o el scroll infinito que hoy damos por sentado. Esta visión nostálgica me asalta cada vez que vuelvo a ver la película «Mission: Imposible». Un Ethan Hunt que desesperado «bucea» por los repositorios de newsgroups durante horas con la esperanza de comunicar con su antagonista usando una herramienta que hoy concebimos de uso muy rudimentario.

    El desarrollo de la tecnología permitió que Usenet terminara formando parte de Internet al adoptar la misma tecnología y protocolos técnicos de comunicación telemática. Por los tiempos en los que tuve contacto con los grupos de news en mi adolescencia, esa integración tecnológica se daba por hecha. Todos nos conectábamos a través de Internet. Pero muchos integrantes de aquellas comunidades nos avisaban de que era algo ya antiguo y que en poco tiempo nos íbamos a trasladar a los servidores de Internet tipo web, más novedosos, configurables, con mejor experiencia de usuario y atractivos visualmente. Las aplicaciones de foros permitirían que las comunidades usaran el navegador web del mismo modo que se usaba para ver otros sitios web.

    Paralelamente a la explosión de los sitios web empresariales, ya fueran de función informativa o de comercio, hubo una explosión de creación de sitios web de comunidades. Se tejían relaciones sociales a través del propósito general de la creación del foro. Los servidores web tipo foro permitían organizar jerárquicamente los mensajes en forma de multihilos temáticos. La publicación de mensajes, conforme avanzaba la tecnología web, permitía el modo multimedia de texto, vídeo y audio. Estas comunidades de personas tenían políticas de interacción propias y en muchos casos eran jardines cerrados (walled gardens). Era necesario pasar un proceso de registro y alta en la comunidad. Podía ser muy estricto en algunos casos, o simplemente una forma de crear una identidad. En algunos foros, toda la actividad era pública; en otros, privada.

    Paralelamente al mismo proceso evolutivo de creación de comunidades a través de foros, existían otros modos de interacción directa en tiempo real en formato texto: los canales de conversación instantánea como IRC (Internet Relay Chat). Era algo muy caótico. Como usuario era desconcertante: te conectabas a una «sala» o canal temático en el que todos interactuaban a la vez, en un flujo continuo de mensajes donde la estructura conversacional era difusa y caótica, las conversaciones eran a menudo inconexas. Mi experiencia era frustrante. No podías tener una conversación mínimamente estructurada. Además, como estos canales eran multiusuario, cualquiera podía romper el hilo de conversación. No era como en los foros, donde el hilo estaba moderado por la propia comunidad bajo ciertas reglas. En IRC, el caos era patente. Aunque había administradores, muchas veces el aburrimiento hacía que los alborotadores se marcharan, y todo volvía a la normalidad. En otros casos, los administradores bloqueaban el acceso a ciertos usuarios o nicks.

    Con ICQ («I seek you») el chat cambió la experiencia. Podíamos tener conversaciones privadas, algo que marcaba una diferencia radical con respecto a la naturaleza abierta y pública del IRC, donde todo lo que decías era visible para todos los presentes en el canal. Era el prototipo de la mensajería instantánea que hoy conocemos. En general no ha cambiado mucho. Tenías una lista de contactos con nombres anónimos o nicknames, a los que podías enviar mensajes. ¿Y cómo conseguías esos contactos? Había que trabajárselos. A diferencia de hoy, donde agregar a alguien en una red social puede reducirse a un clic, entonces era necesario invertir tiempo y esfuerzo en identificar personas afines, establecer una primera interacción y mantener una comunicación sostenida. Esa labor daba más valor a cada contacto establecido. Si no pertenecías a una comunidad con quedadas presenciales, tenías que usar los canales públicos. A través de IRC, accesible desde ICQ, podías ir recopilando contactos.

    ICQ era muy conocido entre quienes ya teníamos una trayectoria de uso de Internet. Con el auge de los servicios de acceso comercial, aparecieron servicios de mensajería instantánea integrados en las ofertas de los proveedores (ISP) o de las grandes empresas tecnológicas que hoy conocemos como Techs, con servidores propios de email, mensajería, etc. En España no hubo ofertas tan integrales. Pero en EE. UU., America Online (AOL) fue un gigante que lo ofrecía todo. Si alguna vez ves la película con Meg Ryan y Tom Hanks —»Tienes un e-mail»— podrás ver cómo era esa experiencia de usuario. Era completa. Pero la vida cotidiana no permitía entonces la interacción continua: no había conexión permanente. Usar mensajería instantánea requería que ambas personas estuvieran delante del ordenador al mismo tiempo. La notificación de que un contacto estaba «online» era un momento emocionante. En esencia, era como una llamada telefónica, pero en texto, y con una carga emocional inesperada: la emoción de ver aparecer a alguien conectado, de iniciar una conversación y de construir vínculos en tiempo real con personas que, de otro modo, jamás habrías conocido.

    por aquí más o menos estaba escribiendo el día 29 de abril de 2025. El gran apagón de energía eléctrica nos dejó a toda la Península Ibérica sin tensión eléctrica. Este invento tan relevante en nuestras vidas dejó de funcionar. Y todo todo volvió a casi un siglo antes. Pero esto lo contaré mejor en otro artículo.

    El email, los servicios de foros y la mensajería instantánea, llegaron para quedarse. En los 2000 las redes sociales como jardines cerrados corporativos todavía no habían hecho su explosión. Existían, claro, como concepto y como aplicaciones reales. My Space, Facebook y Twitter estaban ya dando sus primeros pasos cuando surgió un cambio de paradigma tecnológico que transformaría y elevaría la ansiedad de las personas «on line» a unos niveles insospechados.

    La irrupción de las mejoras de conectividad a internet fueron cambiando la percepción del estado «on line» de los usuarios.

    Los modem telefónicos analógicos y los RDSI dieron lugar a las conexiones telemáticas tipo DSL. En España fue muy popular el sabor ADSL. Este se instauró como la manera de aprovechar la red telefónica de cobre ya establecida para dar acceso de bancha ancha de internet a finales de los 1990’s y primera década de los 2000. En mi caso la primera conexión a internet siempre activa que contraté fue de cable coaxial a Madritel, un operador de redes telemáticas de servicios integrales de voz, televisión e internet. Esta empresa hizo un tendido de red mixta de fibra óptica general y de cable coaxial a las casas que ofrecía conexiones simétricas para el hogar imposibles con el ADSL que ofertaba el operador dominante del mercado de las telecomunicaciones en España. Era un lujo para aquella época poder tener el portento de conexión a 200kbps simétricos mediante un cablemodem siempre activo.

    Poder estar en modo «on line» permanente casi era posible teniendo el ordenador y el cablemodem todo el día encendido. Esto modificaba nuestra percepción del tiempo y de la disponibilidad personal: la conexión constante podía interpretarse como una forma de libertad tecnológica, pero también como el inicio de una dependencia invisible que transformaba la manera en que nos relacionábamos con nuestro entorno y con nosotros mismos. Pero una persona no estaba todo el día en el mismo sitio en casa. Teníamos la necesidad de desplazarnos, al trabajo, estar con la familia o tener vida social. Aún así se nos consideraba internautas. Una denominación hoy en desuso, casi arqueológica. 

    En esos años de internet siempre conectado, los internautas más intensivos empezaron a tener problemas de enclaustramiento por la necesidad del uso continuo de las aplicaciones prototípicas de lo que luego fueron posteriormente las redes sociales que usamos de manera habitual en menor o mayor medida hoy día.

    Las redes de telefonía móvil empezaron a proveer con la conexión de datos el acceso a internet. Y en ese momento, el uso de los dispositivos móviles inteligentes el modo «on line» de los usuarios de telefonía móvil empezó a ser también permanente y activo.

    El modo «on line» siempre activo del internauta típico fue posible después de muchos años de conectividad a internet. Con la llegada de los dispositivos móviles «inteligentes» la denominación de internauta pasó a ser algo anacrónico y el desuso fue abrupto. Siempre estuvo ligado al uso del internet libre de etiquetados, perfilados, fuera de los jardines cerrados, el uso especializado de ordenadores y toda su parafernalia de conectividad. Los dispositivos móviles inteligentes acercaron el uso de los servicios de internet al usuario no especializado, entendido como aquel que no poseía conocimientos técnicos avanzados ni experiencia previa en entornos informáticos. Esto transformó radicalmente la relación con la tecnología digital, al eliminar muchas barreras de entrada y permitir que el acceso, la participación y la producción de contenido digital multimedia se hicieran universales y cotidianos. Todos éramos internautas. Ya no era un grupo social en minoría. 

    Ya todo el mundo podía estar en modo «on line”.

  • Pongamos que hablo de Asimov

    Pongamos que hablo de Asimov

    Mi primer contacto con Isaac Asimov fue un libro que llegó de manera involuntaria.

    Durante la EGB no sé si en 4º o 5º una mañana vino un señor a clase. Mi profesor José Antonio, un hombre distante pero justo en el trato, nos dijo que era de la editorial Bruguera. Esta editorial, importante en edición de libros en español a finales del siglo XX, era conocida entre los niños por los libros de tebeos: Mortadelo y Filemón, Botones Sacarino, Rompetechos, Zipi y Zape, Pepe Gotera y Otilio, Anacleto, etc. Al mencionar Bruguera, captó nuestra atención al instante y escuchamos que podíamos participar en un concurso de dibujo en el que el premio era un lote de libros incluyendo, por supuesto, algunos de nuestros personajes de tebeo más queridos.

    Queríamos participar todos. Podíamos dibujar lo que quisiéramos pero en una hoja especial de Bruguera que nos repartieron a cada uno. Esta hoja tenía unas líneas de márgenes y una caja para escribir nuestro nombre, dirección postal y teléfono, con la marca de Bruguera en la parte superior derecha. No era muy bueno dibujando. Se me daba bien hacer gradaciones de color con unos lápices de colores de Plastidecor que usábamos en aquella época. La «actividad Bruguera de dibujar», como lo llamó José Antonio la teníamos que hacer en casa. Esta visita nos había interrumpido la clase y mi profesor, evidenciaba querer continuarla sin más molestias.

    Aquella tarde cuando llegué a casa después del colegio, les conté a mi madre y mis hermanas lo acontecido. Y… vaya. 🙁 Mis hermanas ya conocían la movida, como se decía en aquella época tan guay de los 80’s. Era un cebo para luego poder venderte enciclopedias o colecciones de libros «en módicos plazos de pago o letras». Hay que entender que antes de Internet, ese gran invento del conocimiento humano, el acceso a la información era a través de la lectura en libros. Las enciclopedias podían suponer una mejora en el acceso a la información y el conocimiento. Las editoriales eran muy activas en este negocio tan lucrativo.

    Yo no entendía de ese tema de editoriales y enciclopedias, ya que mi objetivo era obtener más libros de tebeos. Así que me puse a pintar dentro del recuadro de márgenes de la hoja de Bruguera, mi pintura favorita: gradaciones de color. Decidí hacer gradaciones de color verde y azul en particiones geométricas como triángulos. Recordandolo en retrospectiva era como una estructura de una gema preciosa.

    Cuando llegó mi padre por la tarde de ese día, le pedí permiso para entregar el dibujo al día siguiente. Accedió gustosamente. Pero creo que lo hizo pensando en el horizonte del día que llegara en el cual estaríamos sentados en un salón de un hotel charlando con un comercial de la editorial Bruguera intentando vender algo a mi padre.

    Al día siguiente entregué en clase la «actividad Bruguera de dibujar». Mi sorpresa fue que el montón de papeles era muy escaso. Si éramos como 28 en clase, sólo había unas pocas hojas. Fueron pasando los días, y no había muchas incorporaciones al montón de papeles. Estos se podía dejar en una bandeja al lado de la mesa del profesor a lo largo de una semana. Ya que un día señalado volvería el señor de Bruguera y se los llevaría.

    Después de unos meses y con el curso en el cole ya avanzado, nos llegó al buzón de correo de casa una carta de Bruguera a mi nombre. No era muy habitual que un niño en aquella época recibiera correspondencia de una empresa. Normalmente escribías postales si ibas de viaje o cartas si te querías comunicar con alguien que estuviera muy lejos. Las llamadas de teléfono eran algo poco asequibles, aunque el número de teléfono estuviera entre los datos de contacto. La carta decía que yo había ganado un lote de libros en el concurso de dibujo de Bruguera. Venía con una cita para un día y hora en el que se daba entrega de los premios, etc, etc. Fuimos a recoger el lote de libros. Pero fue muy aburrido para mí. Como dijeron en mi entorno familiar, era un evento comercial de Bruguera para vender enciclopedias.

    Del lote de libros, lo que me interesó fueron los tebeos.

    El resto de libros eran de colecciones juveniles de Bruguera que no me interesaban.

    Aquellos libros fueron aprovechados entre mis hermanas y yo. Algunos fueron releídos hasta romperse y otros no fueron ni siquiera hojeados.

    Uno de ellos tenía una portada muy sugerente con una nave espacial en dirección a un sol enorme e inquietante. Era de Isaac Asimov, «Un Anillo Alrededor Del Sol». Como dije antes este libro no fue de mi interés al principio. Pero posteriormente pasados unos años, llegando a la adolescencia, coincidiendo con el evento del cumpleañero de Clarke, este libro de Asimov lo hojeé por primera vez. Tenía unas ilustraciones que acompañaban al texto. Era decididamente un libro orientado a jóvenes lectores.

    A partir de este primer contacto de lectura, empecé a pedir prestados libros de Asimov en la biblioteca. No fue fácil. Era un autor muy demandado. Como los libros más demandados eran toda la saga de Fundación y de los Robots con una lista de espera enorme, tenía acceso sólo a unos pocos libros. Tampoco estaba muy informado de cuánto de importantes eran esos libros. Imaginaba que lo eran debido a la demanda. Los primeros fueron las antologías de cuentos. Probé los libros de «Lucky Star», pero no me gustaron. Creo recordar que después de mucho probar a pedir las novelas canon, fue «Viaje Alucinante» la primera novela grande que leí. Había visto la peli en la televisión algún sábado en la sesión de tarde de cine que había en TVE por la primera cadena. No defraudó.

    El relato de «El hombre bicentenario», que formaba parte de un libro con más relatos cortos, me dejó asombrado. Con el tema de los robots fui pidiendo en la biblioteca otros de Asimov sobre robots. «Yo, robot» fue el siguiente.

    Más tarde después de mucho insistir, «Fundación» llegó a mis manos. Era un libro muy usado, con una tapa granate, el título y autor grabado en el lomo y con un olor muy fuerte. El libro estaba restaurado por el personal de la biblioteca. Me di cuenta de que era un libro que había sido leído por mucha gente. Al renovar el préstamo, comenté a los bibliotecarios que cómo era que el libro tuviera un olor tan peculiar y fuerte. El olor tan fuerte era debido a que se hacía un proceso de desinfección por ozono. El tratamiento se realizaba a todos los libros que tenían un uso muy intenso por parte de los usuarios de la biblioteca. Y en algunos libros, el olor penetraba mucho por el tipo de papel usado en su fabricación.

    «Fundación» no tenía los ingredientes que yo necesitaba para alimentar mi imaginación. Me gustaban más el tema robots. El siguiente libro en serio de robots fue «Los Robots Del Amanecer». Aunque era en principio de mi gusto, no entendía nada. Lo dejé incompleto en una primera lectura. Algunas de los temas tratados en el texto no eran de mi gusto en la primera lectura. En otras ocasiones he vuelto a leerlo y quizás con la madurez comprendí todo lo escrito.

    A lo largo de los años he ido completando la lectura de la saga Fundación y la de los Robots hasta que actualmente creo que los he leído casi todos. Algunos de los libros varias veces. Mi relación con Asimov ha sido intermitente y cíclica en el sentido de la reincidencia en la relectura. He releído algunos libros de la Fundación o de Robots más de dos veces a lo largo de mi vida. Y en cada relectura he conseguido maravillarme como si fuera la primera lectura. Con muchos de los libros he conseguido interpretar algunas ideas que circunstancialmente podrían considerarse de actualidad en el momento de la lectura.

    A finales de los 80’s, en la biblioteca del pueblo que iba a veranear, el bibliotecario me dijo que había recibido «la nueva novela» de Asimov. Me estaba reservando el libro sin abrir, con el retractilado y sin registrar en el índice bibliotecario. Él sabía cuanto me gustaba Asimov. Introdujo el libro en el índice en mi presencia y fui el primer usuario de ese libro en aquella biblioteca. El libro estaba nuevo de tienda. No había leído un libro de Asimov hasta ese momento que fuera nuevo y sin ser hojeado. Esa novela era «Némesis».

    Supuestamente era su último libro completo escrito. Una gran novela y que para algunas personas sobre las que he hablado sobre Asimov piensan que también está dentro de esa tarea que tuvo de unir toda su obra literaria en un único universo literario que comprendía Fundación y Robots.

    La muerte de Asimov fue algo inesperado. No trascendía mucha información a finales de los 80’s y principios de los 90’s, no había empezado aún la era de la información como la actual. Lo que se sabía de la persona era lo que siempre se publicaba en la contracubierta de sus libros. Su nacimiento y origen ruso y su destino a Estados Unidos de América. Que a pesar de su origen ruso de nacimiento, su nacionalidad era estadounidense. También se reseñaba que era profesor de química en la Universidad de Boston, siendo consecuencia de ello un gran divulgador científico.

    El año 2020 fue el año del final de mi ignorancia sobre su muerte. Coincidiendo con el centenario de su nacimiento y la noticia de que se produciría una serie de TV basada en Fundacion, abiertamente se habló en la prensa escrita cual fue la causa de la muerte de Isaac Asimov persona. En estos artículos se hacía referencia a que contrajo el virus de VIH causado por unas transfusiones de sangre contaminada cuando se le practicó una cirugía cardiaca a finales de los 70’s. Durante años se confundió al público sobre la causa real de la muerte. Quizás fuera insuficiencia cardiaca y renal, como se publicó durante años, pero hoy todos sabemos lo que es el síndrome de inmunodeficiencia adquirida si hay contagio de VIH. Tu cuerpo puede desarrollar enfermedades curables que te pueden matar. El problema es la percepción social que se tuvo durante décadas, incluso en nuestros días pero de menor alcance, tachándolo sólo de enfermedad de transmisión sexual drogadicción. Se podía contagiar también en el ambiente sanitario. Pero para él y para su familia podía ser una ignominia el que se divulgara. En décadas posteriores cuando un daño de honor tanto para el entorno de Asimov como para los sanitarios que lo atendieron, ya no era posible y se aireó toda esta situación. Incluso en los artículos hablaban sobre que fue casi dos décadas antes cuando se publicó cómo había sido su enfermedad y muerte. Pero si algo así se hubiera sabido incluso con la publicación de la biografía por parte de sus herederos, creo que habría tenido una gran repercusión. Se publicaría en algunos periódicos pero no fue vox populi.

    Ahora es posible ver varias de sus entrevistas televisivas en youtube y admirar ese portento de razonamiento humanista. Al considerarse ateo, todo el pensamiento crítico estaba enfocado en el desarrollo de la civilización humana. Aunque trascendiera que su posición respecto al desarrollo de la tecnología dieran lugar al transhumano como en muchas de sus novelas.

    La lectura de la obra de Asimov se coló en mi vida por «culpa» de un concurso de dibujo disfrazado de iniciativa comercial de una editorial que me recompensó con un libro accidental enmascarado entre tebeos y otros libros. Al recordar todo esto me doy cuenta de lo impactante que ha sido la obra de Asimov en mi vida moldeándo mi visión del mundo y la humanidad.


  • Pórtico

    Pórtico

    Tenía planificado escribir sobre Dune. Pero lo dejaré para otro momento, ¡¡¡jajaja!!! 😀

    A la pregunta de cual obra literaria sería amena para introducirse en la ciencia ficción, la respuesta era un poco complicada. Si empiezas ya desde adulto no quieres introducirte leyendo ciencia ficción como un niño o un adolescente. Y tampoco meterte un tocho de libraco incomprensible de lo más «hard» cuando no tienes costumbre. Lo mejor es empezar con una historia en la que los personajes tengan algún conflicto vital importante con el que empatizar. También es necesario que tenga unas cuantas dosis de humor, misterio, aventura y sentido de la maravilla. Esto del sentido de la maravilla lo apuntaré para desarrollar en otro momento.

    Y esa obra literaria es Pórtico.

    Lo interesante de esta novela es la narración en primera persona. Una estructura de capítulos que narra las sesiones de terapia psicológica del protagonista, conducidos por una máquina psicoanalista, que están alternadas con capítulos de las memorias de la vida del protagonista. Esta estructura va hilvanando el conflicto vital del protagonista. La sesiones de terapia y la narración de las memorias, le dan un ritmo de lectura al libro para que pueda ser engullido en una primera lectura.

    «Robinette Broadhead siempre quiso ser prospector desde que tuvo uso de razón Y… ¿Prospector de qué? Pues más bien una suerte de buscador y explorador interestelar más que de un astronauta o cosmonauta al uso de nuestros días. La humanidad en su carrera de exploración del sistema solar descubre que ya no está sola en la inmensidad del universo. Y sin embargo, tiene la certeza de que existen estos otros seres inteligentes. No hay presencia ni viva ni muerta. Los descubrimientos de construcciones y artefactos de otra civilización en planetas y asteroides de nuestro vecindario en el Sistema Solar, produce una nueva figura: la del prospector. Los prospectores se desplazan a los yacimientos arqueo-alienígenas con el objetivo de descubrir cualquier cosa que sea de utilidad para la humanidad.

    La instalación más importante descubierta hasta la fecha es una estación de transporte que contiene en perfecto estado de conservación una considerable cantidad de naves. Y esta estación de transporte es PÓRTICO.

    En una Tierra superpoblada al borde del colapso maltusiano en el que la gran esperanza alimentaria son unos hongos que crecen en los hidrocarburos, «cualquier minero de alimentos sueña con ser prospector de las maravillas Heechees».

    Un poquito del autor

    Frederik Pohl, el autor de Pórtico, ganó los premios Hugo, Nebula y John W. Campbell Memorial con esta novela tras una dilatada carrera relacionada con la ciencia ficción. En sus años de juventud fue intenso lector y editor de fanzines y revistas pulp desarrollando su adhesión a grupos del movimiento fandom de principios del siglo veinte. Mucho más tarde llegó a ser agente literario de otros escritores del género compaginándolo con su producción como editor y escritura profesional de ciencia ficción. Se le considera un autor muy prolífico pero a veces indetectable ya que la gran mayoría de las veces firmaba con pseudónimo de forma individual o de forma colectiva. Escribió Pórtico ya terminando la cincuentena. Y no contento con eso decidió seguir con la historia de los Heechees con hasta tres libros más. La Saga de los Heechees, que es como se le empezó a llamar a esta serie de novelas, siempre aparece en las listas de libros de ciencia ficción de recomendados. El resto de novelas de la saga no está al nivel de Pórtico, pero es interesante leerlas para saber qué ha sido de los protagonistas iniciales de la saga y por dónde siguen sus aventuras. Incluso de los misteriosos Heechees.

    Qué Libro/s

    Recuerdo que mi primer contacto con esta obra no fue buscada. Ya estaba entrando en la veintena y no era tan usuario de préstamos de biblioteca. Ya tenía un empleo y podía permitirme por dinero y espacio, adquirir libros. Mi hermana era socia de Círculo de Lectores por esa época. No se prodigaban mucho, o casi nada, en editar el género de la ciencia ficción. Pero en una ocasión mi hermana me avisa de que podría interesarme una colección de libros que recientemente habían empezado a editar. Eran «grandes obras» de la ciencia ficción. Entre ellas estaba Pórtico. Me llamó la atención el título tan directo y sugerente. Lo compré.

    No era una edición bonita. Era una edición dedicada a la buena lectura. Buen papel, buena tipografía, buenas tapas. Pero aburrido. Nada que ver con el contenido.

    Me gustó tanto el contenido del libro, que estuve esperando a que Círculo de Lectores editara el resto de la Saga de los Heechees. No sucedió. Terminaron la colección con algunos autores más y ya…

    Pasados unos cuantos años logré hacerme con toda la saga completa. Incluido el primer libro, aunque ya lo tenía. Era, cómo no, de la editorial Ultramar. La anécdota sobre la compra podría encuadrarse en un escenario de azar, pero yo siempre he creído que fue el destino.

    Un verano, estando de paso por Santillana del Mar, en Cantabria, llegamos a unos puestos de venta ambulante. Algunos vendían libros usados. Casualidades de la vida tenían un apartado de cómic y libros de fantasía y ciencia ficción. La vista se me fue al grupo de libros que yo reconocía siempre cuando me acercaba a revisar libros usados en venta. Los libros de la editorial Ultramar son muy especiales. Las cubiertas son de un papel muy texturizado y con tintas especiales de aspecto metálico. El tamaño de edición de bolsillo y el acabado de lasa cubiertas siempre los hace atrayentes para las personas de cierta edad que los conocemos.

    Allí estaban esperándome la colección completa.

    Magnífica portada de la editorial Ultramar

    Sigamos con Pórtico

    Sin desvelar sorpresas argumentales, es muy curioso ver cómo se van intercalando en los capítulos alternos de sesiones de terapia y de las memorias del protagonista, a modo de extractos, las notas e informes de la corporación que gestiona el legado Heechee. También aparecen anuncios por palabras, entrevistas y testimonios de prospectores. De la misma forma que aparecen extractos de los scripts y registros de programación de las sesiones de psicoanálisis de la máquina psiquiátrica. Estas últimas resultan muy irónicas. Pero nos dan una dimensión muy rica del universo literario en el que se desarrolla la historia que se cuenta.

    ¿Qué razón de ser tienen los prospectores? Los documentos y la tecnología Heechee es indescifrable incluso para las mentes más sapientes del planeta Tierra. Sólo mediante la experimentación con un alto coste de peligrosidad e incluso la muerte, se puede deducir cierta utilidad de este legado xeno-arqueológico.

    El prospector con un coraje temerario, a veces incluso ciego, se aventura en misiones de experimentación con la esperanza de conseguir la gloria y la riqueza. Pero el destino puede ser la desgracia y la pobreza o, en el peor de los casos la desaparición y la muerte. Cualquier hallazgo es susceptible de ser valorado y recompensado, desde un nuevo uso de un artefacto ya descubierto o el viaje a ciegas embarcándote dentro de un artefacto de tránsito Heechee del que posiblemente nadie vuelva a verte más. Siempre con el poso constante de la colaboración competitiva. Todos quieren conseguir la gloria y la riqueza, mientras constatan que posiblemente su aventura de riesgo llegará a un fin abrupto e inesperado. Siempre inquietos, persiguiendo el sueño vendido de logro personal y riqueza, pero asumiendo que en un tiempo muy cercano podrían acabar en la ruina.

    Frederik Pohl, a través de esta novela, describe una sociedad muy injusta, sin igualdad de oportunidades. Una sociedad que percibe la buena suerte del héroe prospector como algo aspiracional, e incluso como un mérito. El estatus de esclavitud laboral y unas condiciones de salubridad precaria son el modo de vida más extendido. Sólo unos pocos viven de un modo que les permita la longevidad y el acomodamiento. La suerte de nacer con unos progenitores con óptimas perspectivas económicas o ser agraciado con la buena suerte de ganar una especie de lotería gubernamental del que todos son jugadores. Pero no es suficiente. Todo individuo persigue la tranquilidad de más riqueza para conseguir más longevidad.

    Y, amigos, ese es el conflicto vital constante de Robinette Broadhead: el miedo instintivo al riesgo y la muerte que sopesa frente al objetivo final de conseguir riqueza para tener más longevidad. Pero hay otro miedo que se expresa constantemente a lo largo de la novela: el temor de la civilización humana a lo desconocido y a la incertidumbre.

  • Leo Ciencia-Ficción. Sí, ¿Por qué no?

    Leo Ciencia-Ficción. Sí, ¿Por qué no?

    Y todo empezó porque…

    No sé por dónde me vino la cosa. Debió de ser que me quedé fascinado después de ver en el cine con mi padre “El Imperio Contra-ataca” de Star Wars (que antes llamábamos “Guerra de las Galaxias”). O de seguir “Érase una vez… El Espacio” en casa de mis abuelos semana a semana. El impacto visual y narrativo de viajeros estelares y otros sistemas planetarios habitables creaban en mí el deseo de que me contaran más historias similares a esas.

    ¿Cómo no ibas a ver la película “El Imperio Contraataca” con semejante cartel a la entrada del cine?

    Ya por esa época, cada vez que mi padre me decía que si me compraba un libro, le decía que fuera de historias de «navecitas espaciales» y aventuras. Aunque de niño leía todo lo que se me pusiera por delante y con la costumbre de leer todas las noches antes de dormir, eran las historias de ciencia ficción las que más me gustaban.

    Cuando descubrí ese gran lugar que eran las bibliotecas públicas, mi deseo de leer este tipo de historias iba a ser recompensado con creces. Cada dos semanas caían en mis manos un par libros. Algunos eran comics, novelas ilustradas, o libros con algún dibujo. Gracias a algunos bibliotecarios, conseguí que me los prestaran fuera del sistema de préstamos. Me llevaba el libro a leer a casa antes de que el bibliotecario registrara el libro en el sistema de archivos. Muchas veces después de las actividades extra-escolares, me “escapaba” a la biblioteca para leer ávidamente. En esa época releía una y otra vez Blake y Mortimer y Valerian Agente Espacio-Temporal. La biblioteca se convirtió en mi refugio para seguir las historias más increíbles, jamás imaginadas por un niño.

    Portada del libro «La Marca Amarilla» de la serie Blake y Mortimer sobre una medianería de un edificio en Bruselas.

    Un día de verano estando con mi madre en unos grandes almacenes, me quedé como otras tantas veces en la zona de librería, mientras ella estaba en otra parte comprando sus cosas. Concretamente me recorría las estanterías de libros de ciencia ficción para repasar los lineales de libros en busca de esa historia fascinante con la intención de que el libro fuera mío, siempre disponible para leer. Contrariamente a lo que me pasaba con los libros de la biblioteca. Después de un rato mirando y mirando encontré un libro, que después releí muchas veces: El día del viento estelar de Douglas Hill. “¡Con esto me lo voy a pasar pipa! Me dije una vez leída la sinopsis. «Además son más de 100 páginas… ¡Tengo para leer un rato largo largo!”. Lo pasé muy bien leyéndolo pero me quedé frustrado otro rato. Este era el tercer libro de una saga de las aventuras de Keill Randor. Y fue una frustración muy grande no poder leer los otros libros. NO LOS ENCONTRABA EN LA BIBLIOTECA Y TAMPOCO LOS PODÍA COMPRAR, ¡¡¡AAAAARRRRGGG!!!

    Pasado el otoño, el invierno y parte de la primavera, llegó la Feria del Libro de Madrid en el parque de El Retiro. Después de dar mucha lata conseguí convencer a mi padre para que me llevara y de paso ir al stand de la editorial Altea y “preguntar” si tenían el resto de los libros de la saga. ¡ALLÍ ESTABAN! Los dos anteriores libros y el cuarto también. Recién salido de la imprenta. Me debió de ver tan emocionado, que me compró los libros. Mi padre Flipaba.

    La saga completa de «Keill Randor».

    Durante mi niñez releía la saga de Keill Randor en sucesivas temporadas. Era aventura en estado puro, pero sobre todo era ciencia ficción. Los ingredientes narrativos de acción y suspense, estaban aderezados con naves interestelares, artilugios casi mágicos y sobre todo seres alienígenas. El lenguaje y la narración eran más o menos sencillos. Estaba escrito para niños y adolescentes más que para adultos. Nada que ver con lo que vendría después. La entrada en la ciencia ficción más seria. Pero esta se tomaría su tiempo.

    El Tiempo que me llevó…

    Dentro de la pandilla de mi barrio yo era un poco bicho raro. Entre otras cosas porque en cuanto tenía ocasión me despachaba a gusto con alguna que otra “disertación” sobre lo que leía. Aunque no me perdía ningún partido de fútbol, baloncesto o baseball-cutre, en los momentos que estábamos aburridos sin hacer nada más que pasar el tiempo, hablábamos para pasar el rato.

    Valérian y Laureline en plena acción como agentes espacio-temporales.

    Hablábamos como todos los chavales de temas o cosas muy variopintas. Nos contábamos habladurías del barrio o del cole y noticias. Cuando hablábamos de pelis o series, nos llenábamos la boca de «abrumar» con nuestro conocimiento sobre el tema. Pero claro, aunque todos habíamos visto Star Wars o Star Trek la cosa no iba más allá de “…cómo mola esto!” o lo otro. Cualquier argumento o comentario que tuviera relación con los temas de libros que había leído eran tomadas con mucho escepticismo. Los demás me miraban raro. Y no sólo eso, sino que les chocaba mucho que hablara de cosas tan raras. Con este sambenito colgado, pasaban los meses y después los años. Y que queréis que os diga. Ya tomé la decisión de que estas cosas no las podía airear mucho a lo largo de mi vida.

    Mi decepción con el libro del regalo llegó a las dos páginas leídas.
    No me enteraba de nada.
    Lo tuve que dejar.

    Como en todas las pandillas, los cumpleaños eran días señalados en el calendario. Hacíamos una colecta para comprar el regalo de cumple para el cumpleañero. Hubo un año que por mi cumpleaños me regalaron un libro. Era un libro del «copón». Me regalaron un libro de Arthur C. Clarke: “Regreso a Titán”. Me contaron que no sabían qué regalarme. Uno de ellos recordó que me gustaba la ciencia ficción. Y en la papelería-librería le recomendaron, muy mal recomendado, este libro. ¿Y por qué digo “mal recomendado”? Era mi décimo cumpleaños e íbamos para hombrecitos. Pero este chaval por recomendación del librero compró para regalarme un libro de ciencia ficción HARD y para adultos. ¡JA!, pero eso yo no lo sabía y ellos tampoco. El libro me moló mogollón como tal. O sea como objeto-libro. Yo encantado. Era de una colección de bolsillo con una cubierta acojonante que ya había visto en algunas librerías. Tenía textura metalizada y rugosa. Fue uno de los tantos libros que la editorial Ultramar editó. Tenían unas ilustraciones buenísimas.

    Mi decepción con el libro del regalo llegó a las dos páginas leídas. No me enteraba de nada. Lo tuve que dejar. ¿Qué me pasaba? No me gustaba la ciencia ficción o sólo me gustaban las aventuras un poco imaginarias. Era demasiado joven para leer ciencia ficción HARD. Porque, amigo lector, ya con diez años me di cuenta de que había un mundo muy grande de escritores que escribían libros de “aventuras espaciales” para adultos. Y eso era para lo que yo iba. Para adulto. Así que coloqué el libro en la estantería bien visible. Para que no se me “escapara”, ya que le hincaría el diente un par de años más adelante. Seguí con lo que estaba haciendo hasta ese momento. Leyendo libros y cómics más adecuados para mi edad, pasándomelo bien leyendo historias entretenidas. ¡TAN FELIZ!

    ¡Upss! Esto ya va en serio…

    Después de leer libros de Los Cinco, Los Tres Investigadores, libros de Barco de Vapor, Noguer, mucho cómic y por supuesto de releerme las aventuras de Keill Randor, llegó el momento de la verdad. Con mi pre-adolescencia casi acabando, decidí un verano leer ese libro que me regalaron mis amigos y que tuve que dejar apartado en la estantería.

    “Regreso a Titán” resultó ser una novela muy buena. De tal forma que fue el primer libro de ciencia ficción HARD que leí en mi vida. La historia que cuenta es muy entretenida y me absorbió tanto su lectura que muchas veces todavía hoy hago referencia a ese libro para argumentar ciertas ideas que se me pasan por la cabeza. Aunque algunos temas no los entendí bien del todo cuando lo leí, me decía que daba igual. Ya lo haría en años venideros leyéndomelo otra vez cuando tuviera más conocimientos.

    viajeros estelares y otros sistemas planetarios habitables creaban en mí el deseo de que me contaran más historias similares

    Con cada año académico del instituto, “Regreso a Titán” resultaba ser diferente, pues yo también era diferente cada año. Entendía el texto del libro de forma diferente. De aquí me surgió la idea de que un mismo libro se transforma un poco, con cada nueva lectura. No sólo es volver a recrear las sensaciones originales, también se ahonda en la información que contiene el libro. De tal forma que, por seguir la trama, quedaban apartadas en la primera lectura.

    Con mi primer libro de ciencia ficción HARD superado. Empezó mi labor de investigación a la caza todo libro de ciencia ficción y leerlo en cuanto se me pusiera a tiro. En la biblioteca circulaban listas o recomendaciones de los usuarios. El problema era que había lista de espera para el préstamo y en muchos casos los libros terminaban destrozados. Los bibliotecarios anotaban en estas listas que estaban retirados para restauración o a la espera de nuevos ejemplares para satisfacer la demanda.

    No me digáis que esta portada no era impresionante para un niño de 10 años.

    Antes de la era internet y la computación accesible y cotidiana, la única forma de buscar libros en una biblioteca era usando el sistema de fichas. Las fichas, además de las referencias alfanuméricas útiles de clasificación de la biblioteca para encontrarlo o pedirlo, también contenía una sinopsis muy cutre que pocas veces ayudaba a tomar la decisión para pedir prestado el libro. Resolví que el mejor método para pedir los libros era hacerlo de forma sistemática. Fui recorriendo el archivador de fichas de ciencia ficción y me llevaba prestados los libros aunque no supiera de qué iban. Con las visitas a la biblioteca y alguna que otra compra o regalo, se iban sucediendo las lecturas desde mi niñez pre-adolescente hasta la edad adulta.

    Antes de la era internet y la computación accesible y cotidiana, la única forma de buscar libros en una biblioteca era usando el sistema de fichas

    Estas lecturas me llevaron a lo largo de los años por los “clásicos” de ciencia ficción HARD como Isaac Asimov o Arthur C. Clarke, pero también empezaron a cautivarme otros autores como Philip K. Dick o Ursula K. LeGuin. Estos estaban encuadrados en la ciencia ficción llamada SOFT. Trataban sobre temas interesantes desde el punto de vista sociológico, político y metafísico. En cualquier caso aunque visto ahora con perspectiva me daba igual que los paradigmas que manejaban las tramas fueran una extrapolación evolutiva de la sociedad contemporánea al momento de la escritura o narraciones sobre realidades en las que nada es lo que parece. Utopías, distopías, incluso ucronías y hasta en algunos casos elementos narrativos propios de la fantasía podían ser los ingredientes de una buena novela con la que pasar buenos ratos.

    Realmente llegó un momento que la separación entre HARD y SOFT dejó de tener sentido para mí. Considero que me gusta la ciencia ficción porque me permite «conocer» un simulacro de paradigmas de la realidad diferentes al que vivimos. No como mera evasión, sino como un “posible” con todos sus condicionantes. Porque no deja de ser eso. Una extrapolación a futuro o pasado de la realidad teniendo en cuenta hechos paradigmáticos. Esos “algo” pueden ser un cambio originado en la naturaleza, un hecho histórico o también un factor tecnológico que evolucione, revolucione o involucione la humanidad a un estado diferente a la realidad cotidiana contemporánea a la escritura o lectura. Sobre todo es muy ilustrativo leer libros que ya tienen unas cuantas décadas y entender que algunos conceptos quedaron obsoletos, por nuestra propia evolución tecnológica, social o política.


  • Esta vez sí… Creo que es el momento.

    Esta vez sí… Creo que es el momento.

    Llevaba mucho tiempo
    queriendo tener un sitio web
    para mis cosas.

    En 2025, el año en el que ya la Inteligencia Artificial se consolida definitivamente como una tecnología disruptiva en muchos aspectos de nuestra vida diaria como humanos, decido ponerme desarrollar y crear algo tan anacrónico para estos días como un sitio web de tipo bitácora, BLOG.

    De todos es sabido, que en los tiempos que corren tan vertiginosos de cambio tecnológico, ponerse a crear contenido en un sitio web tipo blog es algo trasnochado y de un esfuerzo poco rentable. !!!¿Me da igual?!!! 😶‍🌫️
    No necesito crear videos cortos desde la primera milésima de mi día a día. Tampoco necesito informar. Desde luego no tengo que demostrar mis habilidades sobre diversas materias o conocimientos. Tampoco tengo que convencer a nadie. No necesito que la gente piense como yo. No necesito sentirme mejor que los demás humanos mortales.

    Lo que sí necesito, es poder dejar constancia de mis pensamientos de una manera más o menos articulada. Es precisamente esto lo que necesitaba. Escribir. Ayuda a organizar la mente. Achucha el cerebro. Lo exprime.
    También me obliga a estar ocupado, pero en algo largo tiempo hace querido y deseado.

    Esto de la ocupación es un estado vital que he sufrido.
    Creo ya, demasiado tiempo.
    Me estaba autoexigiendo en mi vida profesional y según mi entorno de personas cercanas, demasiado. Muchas de las veces poco valorado. Bueno… No. Definitivamente nada valorado.
    En retrospectiva, y según información directa consultada con otras personas, no por las propias sensaciones, he sido poco valorado. Puedo decir, que todos los retos profesionales a los que he sido invitado, los he superado. Y una vez superados, normalizados. Las personas que me los proponían consideraron que era normal para mí el reto del aprendizaje urgente. Y una vez llegada la normalización no había una valoración de todo el bagaje adquirido. Y menos del resultado obtenido. En muchos casos, más allá de lo requerido.

    El aprendizaje urgente, es un esfuerzo vital poco recomendable.
    En mi vida laboral, una gran parte del tiempo era ocupado por una actividad constante de adquisición de conocimiento acelerado. Podrían pensar algunos que ser autodidacta es una característica personal muy loable. Si es muy recurrente en tu actividad laboral o profesional, puede llegar a ser extenuante. La mente se mantiene ocupada en el tiempo de manera indefinida. Dejando de lado otras esferas del pensamiento. Intentando aprehender ese conocimiento urgente y que necesita ser aplicado para producir o conseguir un objetivo.

    En el entorno laboral o profesional ser autodidacta es una aptitud muy valorada. Mi experiencia, es que la actualización constante de los conocimientos en el desempeño profesional es necesaria y personalmente satisfactoria. Lo disfuncional y tóxico es la adquisición urgente de conocimiento. Si no están cimentados en un bagaje previo, la urgencia produce unas habilidades incompletas, poco fiables e insatisfactorias.

    Volvamos a la IA (Inteligencia Artificial).
    Es una herramienta muy poderosa. Las aplicaciones de software que están basadas en modelos de lenguaje extenso, han acercado y popularizado el uso. Y se ha llevado a un estado perjudicial incluso para nosotros mismos. La urgencia de la aplicación en la producción de ciertos bienes, ya sean de tipo intangible o tangible, están banalizando todo el esfuerzo en la adquisición de conocimiento puro y sus aplicaciones. El aprendizaje, la transmisión de conocimiento, la fiabilidad de las fuentes de conocimiento están cambiando.
    No reniego que el desarrollo del software y hardware de Inteligencia Artificial nos llevará a una revolución en muchos campos del conocimiento y sus aplicaciones: medicina e ingenierías entre varias. Pero no podemos pretender menospreciar la fuerza de trabajo humano, usando la IA para sustituirnos.

    No estamos preparados aún. El interés de madurar los modelos de IA en el estadio de desarrollo actual, obteniendo rendimientos económicos, es erróneo. Está consiguiendo que personas que nunca fueron capaces de adquirir esos conocimientos ya sean progresivos o urgentes, ahora se muestren al resto como capaces de conseguir esos objetivos que antes les estaban vedados. Y estamos inflando una burbuja que en algún momento reventará. Hoy en día las aplicaciones de IA y sus resultados tan banales, están llevando una deriva de depreciación machacona de algo tan digno como ganarse la vida.